· Manuel CHACÓN RODRÍGUEZ:
[1] Logros, que dicho sea de paso, se corresponden casi en su totalidad con la etapa en que un falangista camisa vieja, José Antonio Girón de Velasco, fue ministro de Trabajo (1941-1957), a saber: creación de las Escuelas de Formación Profesional, política de salarios, Seguridad Social (vejez, invalidez, maternidad, accidentes de trabajo, enfermedad profesional o no, paro forzoso, etc), higiene en el trabajo, mutualidad laboral, cajas de compensación, reglamentación laboral, estabilidad en el empleo, viviendas sociales, Universidades Laborales, comités de empresa, jurisdicción laboral, vacaciones retribuidas, crédito popular, cooperativas, etc.
¿La Falange en el poder? Testimonio del Secretario Local de FET y de las JONS en Córdoba (1949)
Durante casi todo el periodo que abarcó la época de Franco, e incluso con la misma o más intensidad aún en nuestros días, una gran parte de españoles, a escala popular, identificaban (e identifican) al régimen como falangista –tanto para lo bueno como para lo malo; las más de las veces para lo segundo-, pues entendían o entienden (independientemente de la opinión y el análisis riguroso aportado ya hace tiempo por historiadores y politólogos serios) que la Falange era la que estaba en el poder y la que dominaba por completo la situación política.
Sin embargo, y ateniéndonos al estudio de la documentación histórica, ¿hasta qué punto los propios falangistas de la época, en especial aquellos camisas viejas de antes de la guerra que después de ésta se habían integrado en el nuevo Estado (no nos detendremos, pues es capítulo aparte, en los falangistas directa y trágicamente enfrentados al Régimen sobre todo entre 1937 y 1942, aunque los tendremos muy en cuenta para redactar las conclusiones finales de este trabajo), hasta qué punto, decíamos, veían al Régimen aquellos falangistas de los tiempos fundacionales y a la vez fieles al Caudillo, transcurridos unos años, como un Estado propio o hasta qué punto se identificaban con él?
Así, en esta comunicación presentaremos, a partir de la exposición y análisis histórico de un documento redactado en 1949, y revisado brevemente por su autor años después, la opinión sincera y descarnada al respecto de esta cuestión por parte de un modesto mando falangista de provincias, un honesto camisa vieja cordobés de la época fundacional de la Falange de José Antonio, llamado Francisco Vázquez Delgado (1891-1972) que, con el cargo de Secretario Local en Córdoba del partido único FET y de las JONS, presenta al Consejo Local de Córdoba, a sus camaradas más próximos y directos, un informe o propuesta de organización y funcionamiento de la Secretaría Local dirigida a mejorar la situación del Partido en Córdoba capital, inspirado por el llamamiento hecho a escala nacional por los ministros falangistas (y también camisas viejas) José Antonio Girón de Velasco y Raimundo Fernández Cuesta, así como por la Inspección nacional de la Vieja Guardia, en el sentido, de que era urgente mejorar la organización y la difusión proselitista entre los españoles de la doctrina nacionalsindicalista, y sobre todo –y aquí está el quid de la cuestión de nuestra investigación- en el sentido de mejorar la presencia y la fuerza política con que por entonces, 1949, contaba la Falange que, como veremos, Vázquez Delgado entendía (a la par que sus mandos superiores) que estaba en aquellos momentos “todavía lejos de la plenitud de su triunfo”.
En este sentido, y a lo largo de todo su informe, Vázquez Delgado transmite directa e indirectamente una conclusión fundamental, avalada en nuestros días por las más recientes investigaciones históricas: denuncia la confusión entre los españoles de su época respecto a la Falange, que les llevaba a identificar la situación política y a todo cargo público como falangista, incluso a los que no lo eran (y paradójicamente, en numerosas ocasiones, al revés: a identificar los logros del programa social impulsado por la Falange como logros no falangistas)[1], confusión que tiene pésimas consecuencias para la Falange como doctrina y movimiento político, ya que ésta, convertida prácticamente en una estructura administrativa burocratizada, afronta a pie de calle la peor parte (y paga las consecuencias, en especial durante los peores años del hambre de la década de 1940) de una situación que ni domina ni es totalmente falangista, con la consiguiente mixtificación de su mensaje y confusión general respecto a ella.
Para solucionar este problema, que lleva a que los españoles identifiquen como falangistas a personas y situaciones que no lo son, y viceversa, Vázquez Delgado lo tiene claro: el poder tiene que estar totalmente en manos de la Falange, con lo que no habrá obstáculo de ningún tipo para llegar, de verdad, a la Revolución Nacionalsindicalista, “única solución –en palabras suyas- con la que puede conseguirse la grandeza de la Patria y el bienestar para todos los españoles”.En 1955, pasados ya unos años de este testimonio, el propio Vázquez Delgado reconocería con desánimo y desilusión la pasividad en aplicar las medidas propuestas por él y sus mandos nacionales. Lo que, unido a las trabas puestas por activa y por pasiva por parte de tecnócratas, monárquicos y medios financieros contra los falangistas de corazón, acabarían por terminar, en 1957, con la minoritaria pero fundamental –hasta entonces- influencia falangista en los gobiernos de un Estado de apariencia falangista pero que, ya sin freno, acabaría dirigiéndose hacia el capitalismo y la tecnocracia.
Durante casi todo el periodo que abarcó la época de Franco, e incluso con la misma o más intensidad aún en nuestros días, una gran parte de españoles, a escala popular, identificaban (e identifican) al régimen como falangista –tanto para lo bueno como para lo malo; las más de las veces para lo segundo-, pues entendían o entienden (independientemente de la opinión y el análisis riguroso aportado ya hace tiempo por historiadores y politólogos serios) que la Falange era la que estaba en el poder y la que dominaba por completo la situación política.
Sin embargo, y ateniéndonos al estudio de la documentación histórica, ¿hasta qué punto los propios falangistas de la época, en especial aquellos camisas viejas de antes de la guerra que después de ésta se habían integrado en el nuevo Estado (no nos detendremos, pues es capítulo aparte, en los falangistas directa y trágicamente enfrentados al Régimen sobre todo entre 1937 y 1942, aunque los tendremos muy en cuenta para redactar las conclusiones finales de este trabajo), hasta qué punto, decíamos, veían al Régimen aquellos falangistas de los tiempos fundacionales y a la vez fieles al Caudillo, transcurridos unos años, como un Estado propio o hasta qué punto se identificaban con él?
Así, en esta comunicación presentaremos, a partir de la exposición y análisis histórico de un documento redactado en 1949, y revisado brevemente por su autor años después, la opinión sincera y descarnada al respecto de esta cuestión por parte de un modesto mando falangista de provincias, un honesto camisa vieja cordobés de la época fundacional de la Falange de José Antonio, llamado Francisco Vázquez Delgado (1891-1972) que, con el cargo de Secretario Local en Córdoba del partido único FET y de las JONS, presenta al Consejo Local de Córdoba, a sus camaradas más próximos y directos, un informe o propuesta de organización y funcionamiento de la Secretaría Local dirigida a mejorar la situación del Partido en Córdoba capital, inspirado por el llamamiento hecho a escala nacional por los ministros falangistas (y también camisas viejas) José Antonio Girón de Velasco y Raimundo Fernández Cuesta, así como por la Inspección nacional de la Vieja Guardia, en el sentido, de que era urgente mejorar la organización y la difusión proselitista entre los españoles de la doctrina nacionalsindicalista, y sobre todo –y aquí está el quid de la cuestión de nuestra investigación- en el sentido de mejorar la presencia y la fuerza política con que por entonces, 1949, contaba la Falange que, como veremos, Vázquez Delgado entendía (a la par que sus mandos superiores) que estaba en aquellos momentos “todavía lejos de la plenitud de su triunfo”.
En este sentido, y a lo largo de todo su informe, Vázquez Delgado transmite directa e indirectamente una conclusión fundamental, avalada en nuestros días por las más recientes investigaciones históricas: denuncia la confusión entre los españoles de su época respecto a la Falange, que les llevaba a identificar la situación política y a todo cargo público como falangista, incluso a los que no lo eran (y paradójicamente, en numerosas ocasiones, al revés: a identificar los logros del programa social impulsado por la Falange como logros no falangistas)[1], confusión que tiene pésimas consecuencias para la Falange como doctrina y movimiento político, ya que ésta, convertida prácticamente en una estructura administrativa burocratizada, afronta a pie de calle la peor parte (y paga las consecuencias, en especial durante los peores años del hambre de la década de 1940) de una situación que ni domina ni es totalmente falangista, con la consiguiente mixtificación de su mensaje y confusión general respecto a ella.
Para solucionar este problema, que lleva a que los españoles identifiquen como falangistas a personas y situaciones que no lo son, y viceversa, Vázquez Delgado lo tiene claro: el poder tiene que estar totalmente en manos de la Falange, con lo que no habrá obstáculo de ningún tipo para llegar, de verdad, a la Revolución Nacionalsindicalista, “única solución –en palabras suyas- con la que puede conseguirse la grandeza de la Patria y el bienestar para todos los españoles”.En 1955, pasados ya unos años de este testimonio, el propio Vázquez Delgado reconocería con desánimo y desilusión la pasividad en aplicar las medidas propuestas por él y sus mandos nacionales. Lo que, unido a las trabas puestas por activa y por pasiva por parte de tecnócratas, monárquicos y medios financieros contra los falangistas de corazón, acabarían por terminar, en 1957, con la minoritaria pero fundamental –hasta entonces- influencia falangista en los gobiernos de un Estado de apariencia falangista pero que, ya sin freno, acabaría dirigiéndose hacia el capitalismo y la tecnocracia.
[1] Logros, que dicho sea de paso, se corresponden casi en su totalidad con la etapa en que un falangista camisa vieja, José Antonio Girón de Velasco, fue ministro de Trabajo (1941-1957), a saber: creación de las Escuelas de Formación Profesional, política de salarios, Seguridad Social (vejez, invalidez, maternidad, accidentes de trabajo, enfermedad profesional o no, paro forzoso, etc), higiene en el trabajo, mutualidad laboral, cajas de compensación, reglamentación laboral, estabilidad en el empleo, viviendas sociales, Universidades Laborales, comités de empresa, jurisdicción laboral, vacaciones retribuidas, crédito popular, cooperativas, etc.
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