miércoles, 15 de abril de 2009

Manuel ROS AGUDO: Franco y la guerra contra Inglaterra


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· Manuel ROS AGUDO (Universidad San Pablo-CEU, Madrid):
Franco y la guerra contra Inglaterra

La verdadera actitud de la España de Franco ante la segunda guerra mundial siempre ha sido motivo de polémica. Hoy, gracias a la aparición de nueva documentación, podemos matizar mucho mejor el mito de la neutralidad y acercarnos al momento, en la segunda mitad de 1940, en el que por parte española se hicieron muy serios preparativos militares para entrar en el conflicto, mediante un ataque a Gibraltar y la simultánea invasión de Portugal.
Se ha venido manteniendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial el mito de que Franco jamás deseó entrar en ella y que su gran papel fue servir de parachoques a las presiones de Hitler evitando a España esa gran catástrofe. El hecho incuestionable es que España no participó en la guerra, pero documentos recientemente descubiertos nos permiten matizar mucho esa rotunda aseveración: el Caudillo en el otoño de 1940 estuvo muy cerca de participar en una guerra corta, únicamente contra Inglaterra.

Nos encontramos en el momento histórico, que va de junio a diciembre de 1940, conocido como de la tentación beligerante de Franco. Francia derrotada, había firmado un armisticio el 22 de junio con Alemania. Gran Bretaña, rendido su aliado, quedaba enteramente sola para hacer frente al más potente y moderno ejército del mundo, la Wehrmacht de Hitler. Esa situación, que convertía al Führer en el amo de la Europa continental, al menos mientras conservara su pacto de no agresión con la URSS, fue vista desde Madrid como una oportunidad inigualable para España, siempre que ésta supiera jugar bien sus cartas.

Con una Inglaterra aislada, apenas segura del apoyo material que podría obtener de los EEUU, el conflicto europeo parecía, en la segunda mitad de 1940, solo tener una salida posible, una derrota inglesa o la negociación. Puesto que Churchill y su gobierno de concentración nacional no contemplaban sino la resistencia a ultranza, en las islas, en Canadá u otros enclaves del Imperio, la prioridad estratégica de Hitler era proporcionar a su enemigo una serie de derrotas que le hicieran hincar la rodilla.

Puesto que la invasión de Inglaterra se había revelado demasiado arriesgada para los alemanes al no contar con el dominio del aire (perdido sobre las islas en septiembre de 1940), el siguiente golpe de la máquina de guerra nazi debía darse contra las vías de comunicación del Imperio inglés. El objetivo más a mano (que de triunfar, permitiría cerrar el Mediterráneo y crear una especie de bloque euro-africano bajo control del Eje), era lógicamente Gibraltar. Para llegar a la base británica y montar un ataque por vía terrestre se necesitaba el permiso o la participación española.

Antes de que Hitler mostrara verdadero interés por el tema a primeros de agosto de 1940, los españoles ya habían dado un par de pasos en esa dirección: el primero se dio el 16 de junio cuando Franco consiguió que Hitler recibiera a un enviado suyo, el general Juan Vigón. El objetivo era informarle de primera mano del interés español en unificar todo Marruecos, la zona francesa y la española, en un solo Protectorado. El momento era clave para ello, pues todavía no se habían discutido con Francia los términos exactos de su rendición y cabía la posibilidad de que los alemanes arrancaran esta concesión a los vencidos. Franco se llevaría un gran chasco en este punto, pues Hitler, para no arriesgar una vuelta a las armas del (imbatido) Imperio francés, cedió en Compiègne y no exigió ningún territorio colonial. Se había previsto que estos temas en todo caso serían tratados cuando la guerra terminara con Inglaterra y se firmara con ella un Tratado de Paz general. Mientras tanto interesaba al Reich no someter a Francia a demasiadas humillaciones y desactivarla como enemigo. El segundo paso español hacia la guerra fue la oferta realizada por el embajador Magaz en Berlín el 19 de junio, naturalmente por orden de Franco: España estaba dispuesta a entrar en la guerra contra Inglaterra si se le proporcionaba ayuda militar y sobre todo garantías formales de adquirir no solo Gibraltar, sino todo Marruecos, la región de Orán en Argelia y una ampliación de la Guinea española. Es decir, fue Franco quien primero se ofreció a entrar en la guerra, aunque estableció claramente y desde el primer día el precio que demandaba para hacerlo: todo un Imperio colonial en el norte de África para España. Hitler no quiso dar una respuesta inmediata a la oferta española, hasta no ver como evolucionaba la situación. Este silencio alemán, que duró casi tres meses, cayó muy mal entre los altos dirigentes españoles.

No desvelamos hasta aquí nada desconocido hasta el día de hoy. Han sido analizado y desmenuzados hasta la saciedad por otros historiadores las conversaciones de Serrano en Berlín y la de Franco y Hitler en Hendaya, para establecer las condiciones de la beligerancia española. La conclusión de todo ese farragoso proceso negociador llevó a un callejón sin salida, traducido en dos posiciones irreconciliables: por un lado el Führer aspiraba a que Franco se contentara con recibir Gibraltar de forma inmediata y dejara el tema africano para el futuro incierto de las grandes negociaciones de Paz, una vez vencida Inglaterra. Por otro el Caudillo, de forma muy inteligente (por conocer el escaso valor de la palabra de Hitler) se negaba a permitir el ataque a Gibraltar y a entrar en la guerra hasta que no se le garantizara mediante un acuerdo formal, por escrito, el Imperio colonial deseado. El dictador alemán podría fácilmente haber formalizado tal acuerdo de cesión, pero se arriesgaba, si lo hacía, a provocar una rebelión en el Imperio colonial francés, lo que habría supuesto en última instancia la vuelta a las armas de los franceses en África, apoyados con toda seguridad por los británicos. Así que, si se aceptaban las condiciones españolas para poder atacar Gibraltar, era muy posible que se abriera un nuevo frente norteafricano, complicando sobremanera la situación para Alemania lejos de mejorarla. Además para Hitler el Mediterráneo siempre fue un frente secundario. Lo que de verdad deseaba era someter cuanto antes a Inglaterra, para pacificado el frente occidental, atender al objetivo para él principal: el ataque a la URSS, fuente inagotable de materias primas y petróleo, planeado secretamente ya desde julio de 1940.

Por lo tanto no descubrimos nada nuevo, aunque sí matizamos el mito de la prudencia de Franco, si afirmamos que el Caudillo se habría lanzado a la guerra (así lo expresan los documentos), a pesar de las carencias militares y materiales, con tal de que Hitler le hubiera garantizado la obtención de esos ansiados territorios africanos. Por lo tanto Franco sí estuvo dispuesto a arriesgar (y mucho) para España y su régimen, entrando en la guerra. Simplemente factores ajenos a él, fuera de su control, confluyeron providencialmente para alejar a España de la guerra: el temor de Hitler a un levantamiento francés en África y la negativa francesa a cualquier concesión colonial, que vulnerara el armisticio firmado el 22 de junio en Compiègne. Esto bloqueó las aspiraciones españolas, y con ello la entrada en la guerra.

Por el contrario sí es absoluta novedad un documento muy revelador sobre las intenciones bélicas de Franco aparecido recientemente en dos archivos: el del Alto Estado Mayor y el de la Fundación Francisco Franco, que custodia los 27.000 documentos dejados a su muerte por el anterior Jefe del Estado. Nos referimos al Plan de Operaciones para la invasión de Portugal[1], elaborado por aquel alto organismo en diciembre de 1940. Su importancia es trascendental, pues muestra cómo por parte española la planificación militar para la guerra contra Inglaterra se había de desarrollado al detalle, con toda seriedad y meticulosidad. Se trata de un Plan de Operaciones de 120 páginas con todas las de la ley, y no de un mero ejercicio de Estado Mayor para considerar posibles contingencias, como algún obcecado en el error querrá sin duda calificarlo. El Plan consta de siete apartados, desde los antecedentes históricos de otras invasiones de Portugal, hasta la cartografía necesaria para poner en práctica las operaciones. En medio, una serie de directivas de Franco en primera persona a los tres Ejércitos, singularmente al de Tierra y a la Aviación, detallando qué fuerzas iban a participar y por dónde iba a desarrollarse la ofensiva principal: al norte y sur del Tajo a cargo de dos Cuerpos de Ejército. Se calculaba que en dos o tres semanas los portugueses serían puestos fuera de combate.

Lo más interesante del documento es que explica los porqués de esa invasión. España comenzaría la guerra contra Inglaterra atacando Gibraltar, pero de forma simultánea se procedería a la invasión de Portugal por una razón muy simple: era un aliado histórico de Gran Bretaña y lo más lógico era que la reacción inglesa a la pérdida del Peñón fuera un fácil desembarco en las costas portuguesas desde donde montar el posterior avance sobre España. Con muy buen criterio estratégico, para arrebatar esa fácil baza a su enemigo, Franco quería invadir preventivamente Portugal. Una vez ocupado el vecino país, con ayuda alemana e italiana se podría montar con muchas más garantías la defensa de toda la Península.

El documento es una verdadera bomba historiográfica, pues muestra con toda crudeza cómo Franco se preparó a conciencia para la guerra, poniendo en disposición sus armas para golpear de forma devastadora para Inglaterra en Gibraltar y Portugal. Nos falta por conocer el Plan de Operaciones complementario, el diseñado contra la Roca, que cabe suponer aparecerá en los archivos militares en un futuro cuando éstos sean desclasificados en su totalidad. Ese día se podrá escribir de forma definitiva la historia de la planificación militar española durante la segunda guerra mundial, y de seguro proporcionará más de una sorpresa.

Mientras llega ese momento (por ejemplo la desclasificación de más de mil cajas de documentación del Estado Mayor del Ejército, pendiente desde 1997) hay que trabajar con los documentos que van apareciendo. Por ejemplo en el archivo del general Varela, ministro del Ejército entre 1939 y 1942, se conserva un manuscrito de Franco en el que ordena tener preparada la invasión de alguna zona del Marruecos francés por si fuera necesario sustituir a Francia como potencia protectora a raíz de su hundimiento y derrota en junio de 1940. En otro lugar[2] hemos explicado con detenimiento cómo Franco y su muy africanista ministro de Exteriores Juan Beigbeder, planificaron junto al Alto Comisario Carlos Asensio, provocar una rebelión indígena antifrancesa en Marruecos coincidiendo con la debacle en la metrópoli. Esto proporcionaría la excusa para la intervención española en la zona francesa, alegando que Francia era incapaz de cumplir con su misión protectora. Se contaba con el apoyo de 40.000 indígenas armados y encuadrados en “harkas”, que penetrarían desde la zona española. Desde dentro de la zona francesa les apoyarían un número indeterminado de kaídes y sus gentes, a los que se había sobornado previamente. Con la seguridad del apoyo indígena y esperando una débil y desorganizada resistencia francesa, tropas españolas invadirían el Marruecos francés, con idea de tomar posiciones de cara al fin de la guerra e incorporar todo Marruecos bajo bandera española.

Este era el sueño de Franco, que había hecho toda su carrera militar en Marruecos y había experimentado la larga serie de humillaciones y ninguneos proporcionada a España por la política colonial franco-británica, muy relacionada desde el punto de vista inglés con la seguridad del Estrecho de Gibraltar entre los años 1902-1935. También era el sueño de Beigbeder, que había sido Alto Comisario en Maruecos entre 1937 y 1939 y conocía al dedillo esa humillante política francesa. El resto de los pesos pesados militares en el régimen de Franco (Varela, Yagüe, García Valiño, Muñoz Grandes…) también apoyaba esa política en junio de 1940, aprovechando la debilidad proverbial de Francia en ese momento. El día D para desatar la rebelión indígena y la posterior invasión española estaba fijado para el amanecer del 17 de junio. Por fortuna para Francia y desesperación de los africanistas españoles, justo en esos momentos llegó la urgente petición francesa de una mediación española cerca de los alemanes con vistas a un alto el fuego y la rendición. Franco mandó detener la operación marroquí en el último momento y muy a su pesar. No era correcto bajo ningún punto de vista aceptar esa labor mediadora con una mano y con la otra asestar una puñalada por la espalda, ni siquiera a la odiada Francia, pese a su comportamiento tan favorable a la República durante la guerra civil.

El resultado de todo ello fue que se diseñaron al menos tres operaciones ofensivas (Marruecos francés, junio 1940, Gibraltar y Portugal, diciembre) por parte española, pensando Franco que, en cualquier caso, la guerra contra Inglaterra iba a ser asunto de unos pocos meses. Seis meses a lo sumo era la capacidad que tenía la España de entonces para guerrear valiéndose de sus reservas y sin ayuda exterior, y con ese plazo en mente se venía trabajando. Por distintas circunstancias nada de lo proyectado se llevó a cabo. La razón principal era clara y contundente: Franco no entraría en guerra si no se le garantizaba previamente por el Eje Roma- Berlín su ansiado Imperio norteafricano. La segunda razón fue que a fines de 1940 se vislumbraba cada vez más nítidamente que aquella sería ya una guerra larga y no la fácil campaña que anunció Hitler en Hendaya. Por lo tanto con ambos prerrequisitos en contra, el Caudillo decidió replegarse de nuevo a su no-beligerancia (más o menos condescendiente con sus antiguos aliados, eso sí) y abandonar para siempre cualquier tentación de participar en una guerra de desenlace cada vez más incierto.
El tiempo le dio la razón y ésta seguramente fue la decisión más importante y acertada de su larga dictadura. El descubrir (y admitir) hoy día que se hicieron preparativos militares muy serios para la intervención española en la Segunda Guerra Mundial (entonces, 1940, tan solo una guerra europea todavía) no descalifica a Franco ni como estadista ni como militar. Muy al contrario la imagen que se obtiene del Caudillo tras estudiar esos planes de operaciones tan trabajados y minuciosos es la de un militar profesional, muy bien informado y asesorado, que quería estar en la mejor disposición posible para combatir, aprovechando todas las oportunidades. En el caso de Portugal para asegurar la defensa de la Península frente a cualquier desembarco inglés. En el caso de Marruecos, tomar posiciones por la fuerza, ante la presentida desmoralización y debilidad francesas, que garantizaran esos territorios. En aquellos meses finales de 1940 hubo una posibilidad para España de engrandecimiento rápido y guerra corta, que Franco quiso aprovechar. A setenta años de los hechos no tiene ningún sentido seguir negando esa realidad, y, repetimos, aceptando la verdad que revelan los documentos no hacemos si no asumir, de una vez y para siempre, nuestra historia, con sus luces y sus sombras. Ya no nos encontramos en la difícil coyuntura de 1945-46 cuando había que proteger el régimen de Franco ante los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, ocultando lo cerca que estuvimos de implicarnos en el conflicto como aliados de Hitler. No hay necesidad ninguna de seguir manteniendo ese mito de la “hábil prudencia”, que si fue cierto para la etapa de 1942 en adelante, no lo fue para 1940 como acabamos de ver. Una recomendación final: no veamos aquellos años con la mentalidad de hoy. Hagamos un esfuerzo por ponernos en situación adoptando la mentalidad, las percepciones y la realidad de entonces. Quizás nos sea así más fácil entender esos preparativos ofensivos, y verlos como algo natural y hasta lógico, dadas las circunstancias. Es hora ya de asumir toda nuestra Historia, ya no es tan reciente, y huir de las visiones parciales y sectarias de los anti- y los pro-. Si permanecemos estancados en una producción historiográfica de bandos enfrentados no lograremos asumir y digerir los conflictos de nuestra convulsa historia del siglo XX. Y una sociedad moderna necesita hacerlo para convertirse en adulta y encarar con seguridad su futuro.

[1] “Plan de Operaciones 34 (1)” (Portugal), Alto Estado Mayor, diciembre de 1940, Documento 3208, Archivo de la Fundación Francisco Franco.
[2] ROS AGUDO, Manuel, La Gran Tentación. Franco, el Imperio colonial y los planes de intervención en la Segunda Guerra Mundial, Styria, Barcelona 2008.
Publicado en:
"Altar Mayor", Nº 130 - Septiembre - Octubre de 2009

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