miércoles, 15 de abril de 2009

MESA REDONDA: La Falange en la era de Franco. Entre la colaboración y la oposición


LA FALANGE EN LA ERA DE FRANCO. ENTRE LA COLABORACIÓN Y LA OPOSICIÓN
Angel David Martín Rubio
Cualquier intento de comprender la intervención de los falangistas en el Nuevo Estado nacido del 18 de julio, debe tomar como punto de partida una triple consideración:
1. La propia naturaleza del régimen político entonces articulado.
2. La situación concreta por la que atraviesa la organización política Falange Española de las JONS al iniciarse la Guerra Civil
3. La aportación específica de la Falange en el terreno de las ideas dentro del conjunto de fuerzas políticas que intervienen en el Movimiento Nacional.

1. En cuanto al primer punto citado, la naturaleza del régimen político entonces articulado, durante la Guerra la zona nacional se configuró a partir de fuerzas políticas muy diversas: falangistas, carlistas, monárquicos alfonsinos, cedistas, republicanos conservadores, regionalistas moderados…, de una legitimación llevada a cabo por la jerarquía católica y no tanto por los intelectuales y de una hegemonía impuesta por los militares a los políticos bajo el arbitraje del Generalísimo Franco[1]. En este escenario es en el que hay que situarse para valorar cuál es la posible aportación de una fuerza política concreta: en este caso la Falange, pero lo mismo se podría decir de cualquiera de las demás implicadas en el proceso que se definió por su carácter de síntesis pragmática.
Sin embargo esto no resuelve del todo la cuestión porque no es menos cierto que dicho Estado se definió en más de una ocasión como Nacionalsindicalista; a partir del Decreto de Unificación se creó un organismo político que asumía a las personas y a los símbolos de la Falange y en determinados momentos se establecieron relaciones tensas con grupos que reivindicaban para sí el entronque con la ortodoxia fundacional. Resta por tanto añadir, cuál era el papel que en su régimen, Franco reservaba a la Falange. La siguiente explicación de Luis Suárez me parece convincente:
«Ciertos pasquines y panfletos llegarían a acusarle de desvirtuar el espíritu
fundacional. Pero esta actitud fue siempre muy minoritaria; hasta el final del
Régimen hubo falangistas que entendieron y aplaudieron. Porque Franco sintió un
gran aprecio por la Falange y no sólo por su fundador, y ni se cruzó por su
imaginación la idea de prescindir de ella cuando algunos, de muy buena fe, así
se lo recomendaban. Pero entendía que Falange estaba al servicio de España,
nunca a la inversa, y debía contribuir, con las demás fuerzas políticas y
sociales, a construir esa nueva forma de Estado que llamaba el Movimiento:
servir a y no servirse de»[2].
2. Por lo que se refiere a la situación concreta por la que atraviesa la organización política Falange Española de las JONS en torno al 18 de julio, al objeto que nos ocupa ahora basta recordar:
— El incremento numérico de la masa militante fuera de todo posible control en dos oleadas sucesivas: tras las elecciones de febrero de 1936 y después el Alzamiento.
— El descabezamiento jerárquico del Movimiento como consecuencia de la actividad represiva del Gobierno del Frente Popular que desmanteló la organización del movimiento y encarceló a todos sus dirigentes y a buena parte de sus miembros. La situación se agravó al comenzar la guerra y quedar buena parte de los mandos en zona roja donde fueron asesinados en su mayoría como es el caso del propio José Antonio o marchar al frente los que estaban en edad militar y en zona nacional, perdiendo en ocasiones también la vida como es el caso de Onésimo Redondo. El problema no se resolvió con la constitución de la Junta de Mando Provisional presidida por Manuel Hedilla.
— Los enfrentamientos internos entre grupos rivales fruto del cantonalismo o autonomía con que actuaron las diversas organizaciones territoriales, provinciales y locales, y que en ocasiones respondían a distintos matices en la propia consideración política del Movimiento. Mayor gravedad aún podrían haber tenido las disensiones con los otros grupos políticos que actuaban en zona nacional que, sin apenas repercusiones en los frentes, podían haber provocado tensiones entre los elementos que actuaban a la retaguardia. La contestación interna al liderazgo de Hedilla y la situación a que se llegó en Salamanca en vísperas del Decreto de Unificación permite explicar la solución expeditiva que se dio al asunto evitando que se repitiera aquí lo que estaba ocurriendo en el bando frentepopulista, sometido a una auténtica guerra civil interna por el control del proceso revolucionario.
Las consecuencias de estas circunstancias se imponen por sí mismas: «El estallido de la guerra civil y la confusión reinante en el seno de la Falange tras la muerte de José Antonio desviaron de raíz la evolución del movimiento falangista impidiendo que éste siguiera el desarrollo previsto por los grupos fundacionales»[3].
3. Podemos en tercer lugar preguntarnos ¿Cuál fue la aportación específica de la Falange en el conjunto de las organizaciones políticas y de la masa social que apoyaron el Alzamiento? Probablemente la idea de una revolución para realizar una «justicia social profunda»[4]. En su ensayo sobre la estructura conceptual del Nuevo Estado, Gonzalo Fernández de la Mora ha resaltado lo que esta aportación tiene de original en el contexto en que se hizo:
«La preocupación falangista por las gentes menos favorecidas, por la función
social de la propiedad, por la redistribución de las rentas, por la
dignificación del trabajador, por la reforma agraria, por la superación de la
lucha de clases y por la humanización de la empresa era más auténtica e iba
mucho más lejos que cuanto hasta entonces habían ofrecido, entre nosotros, los
católicos, los conservadores y los liberales. Falange arrebata sus banderas al
socialismo para nacionalizarlas, y para redimirlas del autodestructivo rencor.
No presentaba un programa riguroso con soluciones concretas a todos los
problemas macroeconómicos, pero sí una voluntad social que la distanciaba de lo
que entonces eran las derechas españolas; apuntaba en una dirección renovadora
de las condiciones laborales y de la misión del capital»[5].

Pero al mismo tiempo, hay que reconocer la falta de madurez del pensamiento político y económico falangista que había sido demoledor en el terreno de la crítica al socialismo y al liberalismo pero no había terminado de articular un modelo de Estado: ¿Quién desempeña la suprema magistratura del Estado? ¿Qué formas adquiere la centralización o la autonomía regional? ¿Separación o unidad de poderes? ¿Consejos o Cortes? ¿Partido único? ¿Sufragio universal o censitario? ¿Cómo se articula la representación orgánica? ¿Cuál es la forma jurídica de los Sindicatos nacionales? Cuando todavía hoy, 75 años después, se discute en medios falangistas acerca de cómo hay que entender algunas de estas cuestiones, parece que no es posible exigir mayor precisión a aquellos hombres que estaban articulando y definiendo un Estado en circunstancias humanas y materiales muchísimo más difíciles.
En todo caso, las ideas vertebradoras del nacionalsindicalismo se plasmaron en numerosas realidades prácticas:
«el salario mínimo interprofesional, la ayuda familiar, la participación en los
beneficios, las vacaciones pagadas, la inamovilidad en el empleo, la protección
a la mujer, la protección del salario infantil, la cogestión empresarial, los
jurados de empresa, las pagas extraordinarias, la enseñanza profesional y
técnica, las universidades laborales, los campos deportivos y parques
sindicales, las becas de estudios, las Reglamentaciones de trabajo y Ordenanzas
laborales, los seguros de paro, vejez, incapacidad y enfermedad generalizados,
el bloqueo de alquileres y casas de protección oficial, las mutualidades, las
magistraturas de trabajo y hasta las cátedras universitarias de Derecho Laboral.
En fin, el nacionalsindicalismo estuvo en la base de la pacificación social y de
la legislación laboral más avanzada de Europa, la que posibilitó la magna tarea
de transformar en clases medias a la mayor parte del inmenso proletario
español»[6].

Esta enumeración no tiene nada de exhaustiva y junto a otras muchas ideas que podrían añadirse y que damos por supuestas para no hacer más larga esta exposición, permiten atribuir a la obra de los falangistas integrados en la España de Franco realizaciones tan trascendentales como el cambio social, la promoción político-social de la mujer, la formación de la juventud y la Organización Sindical. Por supuesto que esta afirmación no supone negar las deficiencias y los desequilibrios, menos aún pretende que el nacionalsindicalismo tuviera en la arquitectura del Nuevo Estado una hegemonía que en ningún momento alcanzó ni oculta las diferencias entre las realizaciones y algunos de las propuestas teóricas de José Antonio o de Ramiro Ledesma. Esta afirmación se deduce del sano realismo que supone comparar la España en cuya edificación intervino activamente la Falange, con la España anterior e incluso con la de nuestros días. Durante el primer tercio del siglo XX, en el caldo de cultivo de las premisas teóricas y realizaciones prácticas del liberalismo, anarquistas, comunistas y socialistas habían gestado unas alternativas revolucionarias que condujeron a un paroxismo del que se empezó a salir no sin grandes dificultades. Por el contrario, el estado de cosas que comenzó en una Guerra Civil acabó desembocando en un cambio decisivo. Autores como Dalmacio Negro afirman que sólo a partir de entonces puede hablarse verdaderamente de un Estado[7] y de aquí arranca también una sociedad más justa o por lo menos más equitativa en la distribución de sus bienes[8], la superación de viejos problemas como el agrario y el alcance de una prosperidad nunca conocida antaño acompañada de conquistas sociales como la atención médica generalizada, difusión de la cultura, acceso de las masas a la educación, estabilidad familiar, escasa delincuencia... De la obra de José Antonio aquella España recogió especialmente dos conceptos: «el hombre es portador de valores eternos» y «España es una unidad de destino en lo universal».
Esta afirmación tampoco impide constatar que, a partir de 1957, la Falange quedó definitivamente descartada como solución de futuro para el régimen, precisamente cuando adquiría madurez para la actividad política la primera generación falangista de posguerra compuesta por hombres formados en el SEU, el Frente de Juventudes y la Guardia de Franco. Soplaban nuevos vientos, y el Gobierno español hace suya la idea de que en la situación del momento la problemática política (es decir, las ideas) ceden ante la problemática técnica. Se abre así un período en el que se aprueba la Ley de Principios del Movimiento Nacional y la Ley Orgánica del Estado y se introducen, sin apenas discrepancias notables, las exigencias del Concilio Vaticano II, «tan opuesto a la significación originaria del Alzamiento y Régimen español como a la tradicional doctrina de la propia Iglesia católica»[9]. Las dificultades exteriores y, sobre todo, el deterioro del espíritu religioso y patriótico en interior, coinciden con una evolución hacia la democracia liberal y el socialismo entonces vigentes y una progresiva europeización bajo el pretexto del desarrollo económico. El Movimiento quedó reducido a funciones burocráticas y de movilización de masas. Incluso, en sus últimos años, su dirección recayó en políticos hábiles, dispuestos a aprovechar para la demolición del Estado de las Leyes Fundamentales la capacidad instrumental de dicho organismo así como su potencial de encuadramiento y de influencia.
Es en este momento, cancelado el proyecto constituyente liderado por Arrese, y en paralelo al alejamiento cada vez más acentuado del Movimiento oficial con relación a las tesis y del discurso falangista, cuando se crean varios grupos que tratan de reivindicar para sí dicha ortodoxia. Los más importantes son los Círculos José Antonio, el Frente de Estudiantes Sindicalistas y los que podemos denominar genéricamente como hedillistas. Estos sectores, junto con los procedentes del propio Movimiento Nacional están en la base de los partidos legalizados en el período de la Reforma Política: FE de las JONS, FE(Independiente) y FE de las JONS (auténtica).
*

Como resumen de todo lo expuesto hasta aquí podemos sintetizar en los tres puntos reseñados el escenario político en el que tiene lugar a intervención de los falangistas en el régimen de Franco:
1.- Un Estado concebido como síntesis pragmática de fuerzas políticas diversas y en el que el aparente predominio formal y simbólico de la Falange esconde un cierto equilibrio entre ellas en lo que a la aportación de las ideas y las personas se refiere.
2.- Un Movimiento político desviado del desarrollo previsto por sus fundadores como consecuencia de las circunstancias históricas en las que se vio envuelto.
3.- Unas ideas propias asumidas por el conjunto del Movimiento Nacional y que están en la raíz de algunas de sus realizaciones más positivas motivadas por el deseo de implantar una justicia social profunda para reafirmar, sobre esta base, la supremacía de lo espiritual.
4.- Sobre todo en dos momentos: en torno a la II Guerra Mundial y en la década de los 60, actuación de personas y grupos que denuncian el abandono por parte del régimen de los postulados nacionalsindicalistas con escaso seguimiento y nula repercusión en la propia evolución política anterior y posterior a la muerte de Franco.

[1] Cfr. GONZÁLEZ CUEVAS, Pedro Carlos, «Los grupos político-intelectuales en la era de Franco», Razón Española 134(2005)301-323.
[2] Suárez Fernández, Luis, Franco: Crónica de un tiempo. I. El General de la Monarquía, la República y la Guerra Civil. Desde 1892 a 1939, Actas Editorial, Madrid, 1999, 33.
[3] SAÑA, Heleno, «La Falange, intento de un diagnóstico», III, Índice 260(1969)10.
[4] En la cuartilla autógrafa que José Antonio dio al periodista portugués Oscar Paxeco (corresponsal de "Diario da Manha" de Lisboa) aparece la siguiente síntesis de sus postulados: «Lo esencial de un Movimiento es esto: encontrar una norma constante que sirva de medida para regular los derechos y deberes de los hombres y de los grupos. Quiero decir: sustituir las luchas de partidos y de clases por una estructura orgánica que encamine el esfuerzo de todos en el servicio común de la Patria. Para esto es preciso: Primero, devolver a España un sentido histórico fuerte, una convicción enérgica de su destino universal. Segundo, restaurar las primicias de las virtudes heroicas, y Tercero, implantar una justicia social profunda, que considere a todo el pueblo como una comunidad orgánica de existencia y establezca un reparto mejor de los placeres y sacrificios» (14-diciembre-1934), consultado en http://www.rumbos.net/ocja/jaoc2124.html.
[5] FERNÁNDEZ DE LA MORA, Gonzalo, «Estructura conceptual del Nuevo Estado», Razón Española 56(1992)279.
[6] FERNÁNDEZ DE LA MORA, Gonzalo, ob.cit., 317.
[7] Cfr. NEGRO PAVÓN, Dalmacio, «La formación del Estado», en La guerra y la Paz. 50 años después, Madrid, 1990, 617-630. Hay algo indiscutible: hasta entonces hubo muchas situaciones políticas, cada una con su Constitución que respondía al programa de un partido, pero ninguno de estos regímenes se consolidó ni puso en marcha unas instituciones respetadas y capaces de dar cauce a una evolución pacífica.
[8] Cfr. Martín López, Enrique, «Evolución de las clases sociales en España; Suárez, Fernando, «El cambio social en la era de Franco».
[9] En expresión de GAMBRA, Rafael, Tradición o mimetismo, IEP, Madrid, 1976, 89.

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